Nuestra historia

La Gañanía resume la concepción misma de la arquitectura tradicional canaria. En sus muros de piedra encalados, su estructura íntima, casi misteriosa, sus techumbres de madera de tradición mudejárica, sus pisos recios del mismo material lígneo… Transcurridos cerca de doscientos años de su construcción, mantiene intactas las formas que la hacen tan genuinamente nuestra. Es un reflejo fiel de la amable pero recia identidad de los canarios, que durante siglos, casi sin excepción, han edificado sus viviendas sobre la base de las mismas ideas, sin introducir apenas cambios, dejando simplemente lo que, por ser funcional y coherente, daba a la vez belleza y sencillez a las construcciones, inalterando el paisaje tratando de hacer lo mismo con el tiempo.

Pero La Gañanía tiene un valor aún más importante: es un resumen vivo de la historia popular de nuestras islas. Nacida en el último tercio del siglo XVIII, cuando la economía canaria pasaba por tantos avatares, entre la crisis y la pujanza, ha sido cuna de una tradición familiar común a la de tantos isleños. 

Almuerzo familiar
Almuerzo familiar en el patio de la casa, con mis abuelos y mis tías

Bárbara González, nuestra bisabuela, casada con Domingo Hernández, fue el primer miembro de la familia que habitó la casa, adquirida para ella por su padre. Allí, el matrimonio se ocupaba del campo, elemento clave para entender la historia de nuestra tierra. Bárbara era ama de casa, dedicada con esmero a la crianza de sus hijos: tres varones, Agustín y Felipe, que emigraron a Cuba a la edad de 16 y 17 años respectivamente y Nicolás y  dos hijas Frasquita, María que crecieron en la casa. En ese dato abunda La Gañanía como testigo de la historia cotidiana de los tinerfeños, pues no es excepcional que dos chicos tan jóvenes tuvieran la necesidad de emigrar en busca de nuevos horizontes. Bien al contrario, fue el destino de miles de isleños, obligados por la necesidad. De las labores por aquel entonces propias de las mujeres quedan varios testimonios en la vivienda, como por ejemplo el lavadero que aún se conserva junto a la barbacoa, en lo que fue la huerta de la casa, y que era empleado no sólo por la propia familia si no por los vecinos. 

Mi madre y los hermanos nacidos en la casa

Pero Bárbara no sólo quiso ser ama de casa, sino que, como recuerdan nuestros mayores, por las tardes, en una escuela bien organizada en el patio central de la casa, daba enseñanzas básicas a los niños y niñas de la zona. Incluso por las noches, hombres y mujeres, terminado su trabajo diario, acudían al mismo lugar, donde nuestra bisabuela, con paciencia, conseguía que aprendieran a leer y escribir. En aquellos tiempos duros, en los que apenas había escuelas en la zona, o estaban muy lejos del lugar, la dueña de La Gañanía hizo una labor ingente, que aún recuerdan muchos ancianos, orgullosos de poder firmar por sí mismos pues “sabían escribir gracias a Dios y a Dña. Barbarita”. La tarea de Bárbara no fue casual: muchos de sus nietos y biznietos somos profesores. Sin duda lo llevamos en la sangre. Desgraciadamente, Bárbara nunca se dejó fotografiar, por lo que no hay recuerdos de su imagen. Pero en el salón de La Gañanía hay un hermoso retrato a pastel de “Dña. Frasquita” Francisca Hernández, hija de Bárbara: mi abuela.

Frasquita se casó con Eulogio Méndez Dorta, de Buenavissta del Norte. Tuvieron un varón, que falleció en la Guerra Civil,y varias hijas, que son mis tías y mi madre, Manola. En La Gañanía pasan su infancia y juventud hasta que se casan tomando cada una rumbos diferentes. Mis tías van a vivir a La Orotava y mis padres a la capital, Santa Cruz de Tenerife.

Mis hermanos Tere, Pepe y yo

Hacia 1954 la casa queda deshabitada. El tiempo transcurría e iba deteriorando todas aquellas paredes que tantas historias guardaban. Pero los herederos no podíamos permitir la ruina del que es el eslabón más importante de nuestra historia familiar, así que decidimos darle vida de nuevo. Primero haciendo una reparación sencilla, en 1980, que nos permitiera disfrutarla en compañía de nuestros hijos y familia. Más tarde decidimos hacer una auténtica restauración, con todo nuestro cariño, que nos permitiera compartir la casa, su vida, sus recuerdos y sus valores entrañables con todos aquellos que decidan visitarnos y ser nuestros huéspedes. La rebautizamos con el nombre por el que ahora es conocida porque antiguamente existía una gañanía o establo para los animales, en la parte trasera de la edificación principal. Incluso la calle donde se encuentra era conocida familiarmente por los lugareños como Camino de la Gañanía. Esperamos que todos aquellos que decidan habitarla por unos días puedan disfrutar, de su encanto, de su sosiego y de sus recuerdos, tan queridos para nosotros y tan comunes a la historia de todos los canarios.

Javier Pérez Méndez, biznieto de Bárbara, nieto de Frasquita e hijo de Manola.

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